EL VALOR DEL VOTO

    Se pueden utilizar dos medidas diferentes para ponderar el valor de un voto:
  1. El reparto de escaños entre los distritos electorales.
  2. La educación, el conocimiento o la experiencia que tienen los votantes al votar. 
    La primera medida tiene que ver con la proporcionalidad por la que se eligen los representantes políticos. Y algunos pueden argumentar que un sistema electoral de una persona = un voto puede ser más justo que el de la Ley D'Hont, donde los promedios más altos asignan los escaños, o uno en el que al partido ganador se le otorgan escaños adicionales. Aunque estando a favor de uno u otro, aquellos que apoyan un sistema dirán que es más proporcional y "justo" y lo mismo pensarán los otros del suyo.
    Pero... la justicia y la proporcionalidad aquí parecen ser subjetivas. Y, si la objetividad no puede presentarse con hechos para convencer a los que disienten, es la mayoría la que decide. Entonces, una pregunta en este debate podría ser: ¿Se puede establecer una cierta objetividad a la hora de determinar si un sistema electoral es más “justo y proporcional”?
    La segunda medida es aún más espinosa que la primera. Después de todo, si algunas personas deciden ponerle un adjetivo calificativo a una ley electoral, puede no tener demasiada importancia, pero cuando otros consideran al elector como incompetente para votar o simplemente como un "idiota", puede herir ciertas susceptibilidades. Sin embargo, no debería ser así si nos atenemos al significado etimológico que proviene del "sustantivo griego ἰδιώτης (idiōtēs): "persona privada, individuo", "ciudadano privado" (en contraposición a alguien con un cargo político); también "hombre común", "persona que carece de habilidad profesional o lego". En griego antiguo, Idio significa “personal, propio”, como en los términos idiosincrasia o idioma; -tes es un sufijo que indica el agente que realiza una acción. Para los griegos, los idiotas eran ciudadanos que sólo se preocupaban de lo suyo y no de los asuntos públicos; sino que se dedicaban a lo contrario de lo que haría un Zoon Politikon (según la descripción de Aristóteles). Más tarde, los romanos comenzaron a usar el término idiota para describir a una persona no cualificada y/o ignorante y, de esa guisa, evolucionó en las lenguas romances y la mayoría de las lenguas europeas con este significado peyorativo que todos conocemos. 
    Así que, si tomamos en cuenta este doble sentido, el valor de un voto no sólo se ve afectado por el nivel de ignorancia o conocimiento del votante, sino también por su nivel de involucración en la política del país, provincia, cantón, ciudad o polis. Entonces, ¿debería el valor del voto ser el mismo? ¿Cuál es el coste que conlleva ignorar el sistema político que establece las reglas básicas de la vida en comunidad? ¿Cómo afecta esta desconsideración a otros compatriotas? ¿Estamos todos de acuerdo en que para detectar y prevenir determinados fallos en el sistema es necesario tener un mínimo de conocimientos sobre su funcionamiento? ¿Podríamos, por tanto, llamar educación política a estos conocimientos básicos? 
    Educación política no es un término nuevo. Ya fue utilizado por John Stuart Mill (1806-1873) en su tratado Consideraciones sobre el gobierno representativo. Este filósofo, político liberal, economista, parlamentario, defensor del utilitarismo y, junto con su esposa Harriet Taylor, uno de los pioneros del sufragio femenino, también abogó por un voto ponderado basado en la educación: «Lo considero de tanta importancia que las instituciones del país deben acuñar las opiniones de las personas de una clase más educada como de mayor peso que las de los menos educados; y todavía debería luchar por asignar pluralidad de votos a la superioridad autenticada de la educación si sólo fuera para establecer el tono de la opinión pública...» «Hasta que no se haya ideado, y hasta que la opinión esté dispuesta a aceptar, algún modo de voto plural que asigne a la educación como tal el grado de influencia superior que le corresponde, y suficiente como contrapeso al peso numérico de los menos educados, los beneficios del sufragio completamente universal no podrán obtenerse sin traer consigo, según me parece, más que males equivalentes«».  «Seria eminentemente deseable que otras cosas además de leer, escritura, y la aritmética se requirieran del votante para ejrecer su derecho al sufragio: algunos conocimientos de la conformación de la tierra, sus divisiones naturales y políticas, nociones de la historia en general y de la historia y las instituciones de su propio país».
  Hippolyte Taine, pensador francés, gran defensor del positivismo social, padre fundador de la crítica historicista, crítico e historiador del siglo XIX, también afirmó que: «Los votos no deben contarse, deben pesarse». La economista contemporánea y autora de bestsellers de política y economía, Dambisa Moyo, también aboga por un sistema de votación ponderado por el cual el valor del voto dependa de la calificación de los votantes. «Las elecciones interminables, los líderes no cualificados, los votantes desinformados y el pensamiento a corto plazo, están impidiendo el crecimiento económico. Cuando la democracia funciona, genera crecimiento económico y libertad fundamental como ningún otro sistema puede hacerlo. Y cuando falla, rara vez, o nunca, es reemplazado por un sistema que pueda hacer un mejor trabajo para su población. Por lo tanto, las democracias deben adaptarse o seguirán deteriorándose»
    Pero, ¿qué entendemos por “cualificación” o “educación política”? Cuando alguien ha obtenido una titulación como arquitectura, por ejemplo, se supone que debe saber mucho sobre arcos, viguetas, cimientos, etc, pero, ¿conoce el funcionamiento más básico de la política o la economía? Como el resto de nosotros, no tiene por qué. Pero, por supuesto, como el resto de nosotros, deja su papeleta en manos de alguien en base a un conocimiento político "amateur" influenciado por la corriente política de familiares, amigos; además de lo que haya escuchado en las noticias, leído en periódicos o redes sociales. Sobra decir que los votantes analfabetos (de diferentes grados) tendrán muy pocas herramientas para evaluar lo que los políticos prometan para ganar su voto y da la impresión de que podrían ser fácilmente manipulados. O, a lo mejor, podrían estar guiados por algún instinto o influidos por la apariencia física del representante, lo que le diga su cónyuge, o simplemente, podrían ser fieles a perpetuidad a un partido político como podrían serlo a su equipo de fútbol. ¿Por qué el valor del voto de un analfabeto debe ser el mismo que el de una persona que ha obtenido una educación política, si se supone que esta es la que guía las medidas que pueden garantizar una mayor paz social y bienestar? A nivel de convivencia de estado, la falta de responsabilidad voluntaria o involuntaria es respetable pero, ¿se puede estipular su valor? 
    Además, una educación política no es una asignatura tan complicada. Uno no tiene que hacer un máster u obtener un título, sino que más bien se trata de asimilar un conocimiento básico sobre lo que constituye la democracia como sistema político y una apreciación general de cómo hemos llegado al punto en el que nos encontramos. En una tiranía, no tienes que preocuparte por tu educación. El tirano sabe exactamente qué hacer contigo y con tu educación. Pero en democracia, los electores son los que tienen el poder del voto y, por tanto, la responsabilidad. Es difícil establecer de antemano cuáles son los contenidos de una educación política. Pero, por amor al debate, puedo sugerir tres campos diferentes que podrían contener ese conocimiento básico y su extensión aproximada:
  1. HISTÓRICO: Conocer en términos generales los momentos clave de la historia moderna de un país que han conducido a la situación actual. Siendo el renacimiento el punto de partida de la modernidad donde renacen conceptos filosófico-políticos clave. (100 páginas)
  2. FILOSÓFICO-POLÍTICO-ECONÓMICO: Conocer los diferentes sistemas filosóficos principales que se han desarrollado desde su nacimiento en la antigua Grecia y sus principales defensores. Tomar conciencia de cómo estas corrientes filosóficas se han convertido en corrientes políticas y económicas modernas, y cómo pueden estar vinculadas a las ideas políticas y económicas del partido en el que un votante desea depositar su confianza. (100 páginas)
  3. LAS VIRTUDES: En su Ética a Nicómaco, Aristóteles nos recuerda: «… formar hábitos de un tipo u otro desde la más tierna infancia no supone una pequeña diferencia; marca una gran diferencia, o más bien, marca toda la diferencia». Conocer en profundidad la definición y alcance de las virtudes clásicas, aprender su teoría y practicar sus postulados es primordial para, en primer lugar, ser conscientes de ellas en uno mismo y en segundo lugar, tener una mejor capacidad para detectarlas en nuestros representantes políticos. (100 páginas) 
    Uno puede estar o no de acuerdo si estos tres campos contienen suficiente conocimiento para alcanzar dicha educación política o si, quizás, se requiere más o menos información o si en vez de 100 páginas para cada libro deben ser 200. Pero, una vez que nos hemos puesto de acuerdo sobre lo que es este tipo de educación, podríamos preguntarnos cómo este conocimiento calificaría los votos de los electores con alguna fórmula. Por supuesto, partiendo de la base de que el derecho de sufragio es inalienable y tiene un valor por defecto de uno; la cuestión es que, si podemos mejorar ese valor pasando un examen sobre un conocimiento que es básico, accesible para cualquier persona, disponible para ser hecho todos los años, más simple que una regulación de tráfico y mucho menos denso que las escrituras, cada votante podría intentar pasar el examen de vez en cuando y, dependiendo de la calificación obtenida, la fórmula comenzaría a calcular el valor de su voto: 

Nota en el examen

10

9

8

7

6

5

4

3

2

1

0

Valor relativo de la nota

1

0,9

0,8

0,7

0,6

0,5

0,4

0,3

0,2

0,1

0

Valor por defecto

1

1

1

1

1

1

1

1

1

1

1

VALOR FINAL DEL VOTO

2

1,9

1,8

1,7

1,6

1,5

1,4

1,3

1,2

1,1

1

    

    A partir de este momento, los votantes tendrían que luchar, o más bien estudiar, para mejorar el valor de sus votos. La representación excesiva o insuficiente de escaños establecida por tal o cual ley electoral es debatible y está sujeta a consenso, pero la representación del poder del valor del voto que un votante puede obtener, dependería únicamente de su esfuerzo personal. Y de aquí en adelante, el inconsciente, despreocupado o distraído, el lego, el ignorante o el “idiota” podrían optar por seguir siéndolo a su propia discreción. Son libres de hacerlo. Pero al menos, sabrán que la puerta está abierta para pasar “el examen” todos los años y mejorar su poder dentro de la polis. O pueden recostarse cómodamente y dejar que algunos de nosotros, que nos sentimos un poco más concernidos, obtengamos y ejerzamos un poder que incluso podría duplicar el suyo; si es que a ellos o ellas, pasar este examen no les interesa.

    En conclusión, ¿es el valor del voto un tema en el que hay un conflicto entre los idiotas (distraídos) y los zoons politikons (atentos)? ¿Se desfavorece a aquellos que no quieren pasar el examen de educación política? ¿Es un ataque a la libertad del votante? ¿Hay un conflicto entre el mérito (que nos permite obtener mejor valor para el voto) y la igualdad para todos? 

    Si Francis Bacon dijo que «el conocimiento es poder», ¿no sería la educación política un paso para distribuirlo mejor?


    Tema propuesto y presentado por Alberto Moreno 



Bibliografía 



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2 comentarios:

  1. CONCLUSIONES: Hemos tenido un debate muy animado, con muchas visiones y puntos de vistas donde han surgido otros temas relacionados pero en general ha habido un tono pesimista con respecto a la educación política como la comentaba John Stuart Mill o cómo se podría implementar ponderando el conocimiento político del votante y la conclusión ha sido que: La educación política es necesaria, pero implementarla es a priori una utopía. Si alguien se le ocurre una idea de cómo llevarla a cabo, abajo están los comentarios. Nos vemos en el próximo debate...

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  2. CONCLUSIONES:

    Así es ¡y lo celebro!
    hemos tenido un debate muy animado; interesantes opiniones que abonan la sana reflexión.

    El planteamiento de John Stuart Mill quedó muy bien ilustrado en la presentación y de manifiesto en la tertulia, con hábil y atractiva solución sobre cómo ponderar el valor del voto. ¡Gracias!
    Muy cierto que sería ideal ilustrar e ilusionar al ciudadano sobre su decisión política, que obviamente tantísimo influye en su calidad de vida y en la de su entorno. Debería ser fácil, deseable, imprescindible.

    Pero actualmente hemos de lidiar con una realidad apabullante; la de unos intereses enfundados en falsa 'ideología' que, implacable, logra aplastar cualquier valor razonado y razonable.
    En el mundo occidental estamos inmersos en una dinámica suicida que no logro entender:

    Copio un comentario leído en un medio digital:
    “ ...hay unas fuerzas político-económicas que buscan despolitizar la sociedad civil a través de una neo-cultura global, de un nuevo paradigma identitario y de una re-politización de baja intensidad. En ese estado de debilidad política, perdidos en una serie de luchas estériles, sus ciudadanos ayudan a desregular la economía, y a desmontar el sistema de libertad y de derechos. Se trata de conseguir sólo consumidores, narcisistas, individualistas y hedonistas, que en sus peleas inútiles por saber quiénes son, no se den cuenta del hurto al que están siendo sometidos, esclavos de forma voluntaria.”

    Baste como botón de muestra local, en España, la “nueva” ley de Educación.

    Una adecuada educación política, para implementarse, antes debería revertir ¿aún es posible? el derrumbe social actual.
    ¿Cómo ser optimista? Ojalá exista una vía saludable.
    S.

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