¿Una sociedad sin trabajo?

 Debate viernes 10 de diciembre de 10021 19:00. Presentado por Jaime de Berwick

ÍNDICE 

1. El trabajo es un insumo que depende crecientemente de la demanda 

2. Auge y caída de la ley de Say

3. Evolución de la remuneración del trabajo en las últimas décadas

4. Dos tipos de trabajo: trabajo forzado y trabajo voluntario

5. Medida correcta de la remuneración del trabajo 

6. El trabajo no es, en general, un bien social 

7. Una anomalía histórica: la naturalización del trabajo asalariado

8. ¿A qué puede deberse la disminución de la parte del trabajo en la renta nacional?

9. No son los robots, ni la inteligencia artificial 

10. El experimento mental de la “máquina omniproductora"

11. Remedios a la “catástrofe” originada por el aumento de la productividad 

12. Por qué la RBU no es una buena idea 

13. ¿Qué ocurre en situaciones intermedias? 

14. ¿Es bueno reducir la jornada laboral? 

15. Conclusiones 

1. El trabajo es un insumo que depende crecientemente de la demanda Como ocurre con cualquier insumo (ingrediente de la producción), el trabajo que se necesita es dependiente de la demanda existente. La proporción entre el trabajo y los demás insumos necesarios para conseguir una cantidad dada de producto depende del tipo de producto, de su cantidad y de la tecnología disponible. Por ejemplo: para hacer una tortilla francesa se pueden necesitar 4 huevos, 3 gramos de sal, 10 ml de aceite y 5 minutos*persona de trabajo. Si la tortilla es más grande, es posible que las proporciones cambien; por ejemplo: 8 huevos, 6 gramos de sal, 14 ml de aceite y 5,5 minutos*persona. Si la tortilla es de patata, los insumos y las proporciones serán distintos; por ejemplo: 8 huevos, 10 gramos de sal, 25 ml de aceite, 300 gramos de patata y 10 minutos*persona de trabajo (ahora el insumo-trabajo aumenta mucho, porque hay que lavar, pelar y cortar la patata). Lo que está claro y siempre se cumple es que el trabajo, como los demás insumos, depende crecientemente de la demanda, a igualdad de los demás factores. Por ejemplo, si tengo una fábrica de coches, se me pide fabricar 100 unidades y para ello se necesitan 10000 horas*persona, esa es la cantidad de trabajo que demandaré como empresario. Es imposible que para fabricar 200 coches solo se necesiten 9500 horas*persona, a menos que haya cambiado algún factor decisivo, como la tecnología, la formación de los trabajadores o la calidad de la organización del trabajo. (La composición de estos “factores decisivos” da lugar a la magnitud llamada “productividad”, de la que luego hablaremos.) TRABAJO = PRODUCCIÓN / PRODUCTIVIDAD PRODUCCIÓN = DEMANDA TRABAJO = DEMANDA / PRODUCTIVIDAD (Nótese que, en estas ecuaciones, la productividad no es una constante respecto de la producción, lo que complica la forma de la función trabajo. Lo importante es tener en mente la idea de que el trabajo depende crecientemente de la producción, o sea, de la demanda.) Una vez que una igualdad matemática (en este caso, el trabajo como función creciente de la demanda) está bien formulada, siempre podemos darle la vuelta y pensar que lo dado (la demanda) y lo calculado (el insumo) invierten sus papeles. Así, por ejemplo, si la población activa de España asciende a 24 millones de personas y deseamos dar trabajo a todas ellas, a razón de 2000 horas trabajadas por año, tenemos que “colocar” un insumo de 48,000 millones de horas*persona anuales, que dará lugar a una determinada cantidad de tortillas, coches, y otros bienes de consumo, que constituyen el producto. El problema surge si los potenciales consumidores (que son, simplificando, esos 24 millones de personas, más las inactivas) NO QUIEREN tantos coches, tortillas, etc. Si eso ocurre, será imposible “colocar” todo el insumo-trabajo disponible. ¿Cómo resolver este problema? Se han desarrollado técnicas (el márquetin y la publicidad) orientadas a “fabricar demanda”. Estas técnicas se pueden comparar con la práctica de abrir a la fuerza la boca de la oca para obligarla a ingerir grano. Ahora bien, como ocurre también en el caso de la oca, existe un límite físico a la cantidad de insumo que se puede colocar. No debemos olvidar que somos seres finitos, y existen razones físicas por las que el consumo humano (o sea, lo demandado) no puede hacerse crecer arbitrariamente. Estos límites físicos son de dos tipos: 1) Espaciales: solo tengo dos pies, dos manos, dos ojos, un estómago con un volumen determinado, etc. 2) Temporales: disponemos de un tiempo finito -solo 24 horas al día, ni un minuto más-. Podría ocurrir que, en un momento dado, la demanda y la cantidad de insumo-trabajo disponible (los 48,000 millones de horas*persona anuales) estuvieran perfectamente casados, de manera que lo producido coincidiera exactamente con la demanda. Por desgracia, esta situación no puede durar, ya que las constantes mejoras de la productividad (debido a la tecnología y otros factores) harán que se pueda producir cada vez más con esos 48,000 millones de horas*persona anuales, es decir, la demanda necesaria para tenerlas a todas ocupadas aumentará sin cesar. Tendremos que abrir cada vez más la boca de la pobre oca.

2. Auge y caída de la ley de Say Los problemas causados por una insuficiente demanda en los modelos que manejan los economistas son notables. Para empezar, como hemos visto, será imposible colocar a todos los trabajadores. Algunos se quedarán sin trabajo, lo que supone que (a menos que gocen de rentas de otro tipo) se quedarán sin ingresos, en la pobreza extrema. Es decir, el hecho de que algunos individuos estén satisfechos y no deseen consumir más da lugar a que otros no puedan siquiera satisfacer sus necesidades básicas. Se dice que hay en el sistema una “demanda latente” (demanda potencial no satisfecha). De esta manera, el progreso económico, paradójicamente, no consigue erradicar la pobreza de manera general. Para evitar estos problemas, los economistas, durante muchos años, supusieron que “toda oferta crea su propia demanda”. Esta es la llamada “ley de Say”. Aplicada a la oferta de trabajo, esta ley significa que el desempleo no puede existir. La explicación intuitiva de la ley de Say es como sigue: los trabajadores que han perdido su empleo no se quedarán de brazos cruzados, sino que, movidos por la necesidad, acudirán a hacerse con los demás insumos necesarios y trabajarán para producir los bienes que les faltan. En otras palabras, “se darán trabajo a sí mismos”. Se demuestra así, por reducción al absurdo, que no puede haber desocupados. En obvio que esta demostración no es muy satisfactoria, ya que los otros insumos necesarios (entre los que se encuentran elementos como recursos naturales, capital, capacidad de organización del trabajo, etc.) no siempre “están ahí” a disposición de cualquiera que los necesite. Pueden estar controlados por otros individuos, que quizá tengan buenos motivos para no ponerlos a disposición de quienes los necesitan más que ellos, ni siquiera si estos les ofrecen, en compensación, una parte de lo producido. La ley de Say cayó en descrédito en la crisis de 1929, cuando los hechos palmarios, desplegados ante todo el mundo, mostraron su invalidez. Su impugnación constituye el fundamento de la teoría keynesiana, que dominará el pensamiento económico desde la década de 1930 hasta la de 1970. Ningún economista contemporáneo se permitiría enunciarla abiertamente como una proposición válida. A pesar de todo, la mayoría de los modelos empleados actualmente para explicar el mercado laboral la siguen incorporando subrepticiamente con relación a la oferta de trabajo, aun sin darle ese nombre. En consecuencia, el objetivo del pleno empleo sigue siendo, de manera persistente, tenaz, insobornable, una meta planteada como factible por los economistas (ortodoxos), y no solamente hoy, sino en cualquier momento futuro.

3. Evolución de la remuneración del trabajo en las últimas décadas Los ingresos del individuo pueden ser de dos tipos: remuneración del trabajo y remuneración del capital. La remuneración del trabajo se suele identificar con el ingreso dinerario neto recibido a cambio de un trabajo: salario en el caso de trabajadores por cuenta ajena; beneficio neto en el caso de autónomos. (Como veremos más adelante, esta identificación no es correcta, pues sería necesario sumar y restar ciertas cuantías al salario para obtener la verdadera remuneración “neta” del trabajo.) La remuneración del capital es todo rendimiento procedente de la posesión de un activo económico. Ejemplos: rentas y dividendos percibidos por posesión o participación en empresas, rentas de inversiones financieras, rentas del capital inmobiliario, etc. En una economía dada, las remuneraciones totales de renta y capital, relativas a la renta nacional total, están lejos de ser constantes históricas. Diferentes teorías intentan explicar estas ratios. En general, se acepta que dependen, por una parte, de la tecnología y, por otra, de las dinámicas sociales y, en particular, de las capacidades de negociación respectivas de los individuos que obtienen sus ingresos preferentemente del trabajo y aquellos para los que el capital es la principal fuente de renta. Por ejemplo, hacia la mitad del siglo XIX, en la Europa más desarrollada, las remuneraciones totales del trabajo y del capital eran similares, alcanzando cada una de ellas cerca del 50% de la renta nacional. En la llamada “época dorada del capitalismo” (años inmediatamente anteriores a la crisis de inflación de los años 70) los trabajadores habían hecho valer su importancia en las economías de los países desarrollados, de tal forma que, por ejemplo, en un país muy paradigmático como Francia, la remuneración total del trabajo se acercó al 80% de la renta nacional, frente a un 20% de la remuneración del capital. En las últimas cuatro décadas (a partir de 1980 aproximadamente) se observa una clara disminución de la parte del trabajo. Véase, por ejemplo, este artículo del blog del FMI: https://blogs.imf.org/2017/04/12/drivers-of-declining-labor-share-of-income/ En este punto es necesario hacer tres precisiones: 1) Puesto que estos valores son relativos a la renta nacional total, la disminución de la parte del trabajo no significa, por sí sola, que “los trabajadores vivan peor”. Si la renta nacional pasa de 100 a 200 y la parte del trabajo cae de 70% a 50%, la remuneración absoluta del trabajo ha crecido, como es evidente, desde 70 a 100. En cualquier caso, no puede negarse que una disminución relativa de la parte del trabajo es indicativa de una transformación importante. 2) La medida de la renta nacional o PNB/PIB está sujeta en nuestros días a fuerte controversia. Los datos oficiales de la evolución del PIB español en el periodo 2008-2019 arrojan un aumento acumulado del 7,5 % ¿Es esto creíble? Más adelante volveremos sobre esto. 3) El cálculo de la remuneración del trabajo por parte de los organismos oficiales suele estar desvirtuado por diversos motivos. En primer lugar, suele incluir las pensiones, que son rentas del trabajo diferidas, y los salarios de los funcionarios, que están normalmente blindados frente a la evolución de la economía. Por otra parte, la economía ortodoxa rechaza descontar los costes (dinerarios y no dinerarios) en los que el trabajador incurre para poder realizar su trabajo. Si el cálculo se corrige según estos criterios, se obtiene una disminución mucho más acusada de la remuneración del trabajo. RESUMEN PARCIAL: EL VALOR QUE EL SISTEMA ECONÓMICO OTORGA AL TRABAJO ESTÁ DISMINUYENDO DESDE LA DÉCADA DE 1980. EL TRABAJO SE ESTÁ DEVALUANDO.

4. Dos tipos de trabajo: trabajo forzado y trabajo voluntario Cuando se habla de “trabajo forzado”, se tiende a pensar en la mano de obra esclava. Sin embargo, hablando con propiedad, cualquier esfuerzo que el individuo realiza obligado por la necesidad y no por placer es trabajo forzado. 1) Aparte del realizado en régimen de esclavitud, es trabajo forzado toda clase de trabajo que se realiza sin placer, únicamente por la necesidad de obtener ingresos para adquirir bienes de consumo, y que jamás se haría si no concurriese dicha exigencia. 2) Trabajo voluntario es, por una parte, el trabajo no remunerado que se realiza por placer en tiempo de ocio. Por ejemplo: el corredor de maratones aficionado, la abuela que hace una tarta para los nietos, el hombre que se dedica a la jardinería los fines de semana, el que estudia persa clásico para leer a Ferdousí, el autor de este texto al escribirlo, etc. Por otra parte, también se considera trabajo voluntario la actividad remunerada que se realiza con gusto, hasta el punto de que el individuo, incluso si dispusiera de rentas del capital, desearía seguir realizándola. La economía ortodoxa rechaza hacer distinciones entre el trabajo forzado y el trabajo voluntario. Se limita a cuantificar el trabajo de forma indiferenciada, a partir de algunas de sus magnitudes, que normalmente son las que pueden medirse: la remuneración dineraria, las horas trabajadas, la cualificación, etc.

5. Medida correcta de la remuneración del trabajo Una correcta medición de la remuneración del trabajo, teniendo en cuenta todos los costes, así como la distinción entre actividades que se realizan con agrado y sin él, sería como sigue: REMUNERACIÓN NETA DEL TRABAJO = SALARIO + SATISFACCIÓN/DESAGRADO PRODUCIDO POR EL TRABAJO – COSTES DINERARIOS INCURRIDOS POR EL TRABAJADOR PARA CONSEGUIR/MANTENER SU TRABAJO – COSTES NO DINERARIOS INCURRIDOS POR EL TRABAJADOR PARA CONSEGUIR/MANTENER SU TRABAJO El segundo término (no dinerario) será positivo en los casos es los que el trabajo remunerado es voluntario y negativo cuando es forzado. Es evidente que la cuantificación de los términos no dinerarios es muy dificultosa, por ser altamente fluctuante y por contener una cualidad subjetiva insoslayable. Los economistas han decidido que “lo que no se puede medir no existe” y, además, han optado por omitir los costes dinerarios (aunque estos sí son medibles). En consecuencia, la economía renuncia a considerar el bienestar de las personas en relación con el trabajo y se limita a estudiar únicamente algunas variables que se han elegido arbitrariamente como relevantes. ¿Puede ser negativa la remuneración neta del trabajo? Sí (formación con prácticas, becarios).

6. El trabajo no es, en general, un bien social Que el trabajo no es un bien social es un hecho indiscutible si se examina desde el lado de la oferta, es decir, las empresas. Las empresas se afanan en producir bienes económicos (coches, ropa, comida, vivienda, películas) tanto como en reducir el trabajo que emplean. El producto multiplicado por el precio equivale a los ingresos de la empresa. El trabajo, por el contrario, contribuye a los costes. La empresa intenta maximizar el beneficio y, para ello, intentará siempre disminuir la cantidad de trabajo empleada. BENEFICIO = (UNIDADES PRODUCIDAS x PRECIO) – (TRABAJADORES EMPLEADOS x SALARIO) – OTROS COSTES Analicemos a continuación si el trabajo es bueno cuando se examina desde el punto de vista de los individuos. Si el individuo no goza de rentas del capital, deberá trabajar, ya sea como autónomo o por cuenta ajena. La remuneración del trabajo, que para la empresa era algo negativo, para dicho individuo posee un aspecto positivo, pues le permitirá adquirir bienes. Obsérvese que el mismo término que para la empresa era negativo, a saber, el monto salarial, es para el trabajador la parte positiva del trabajo. Sin embargo, si el trabajo es forzado, lo que ocurre en numerosos casos, dicha remuneración tiene un reverso que es el desagrado que produce trabajar. Se deduce de lo anterior que, salvo en aquellos casos en que el trabajo remunerado es no forzado, el trabajo es un no-bien si se considera en relación con la posibilidad de obtener rentas del capital. RESUMEN PARCIAL: DESDE EL LADO DE LA PRODUCCIÓN, EL TRABAJO REMUNERADO ES UN NO-BIEN Y, POR ELLO, LAS EMPRESAS TIENDEN A REDUCIRLO AL MÍNIMO. DESDE EL LADO DEL INDIVIDUO, EL TRABAJO REMUNERADO ES UN MAL NECESARIO (SALVO EN LOS CASOS EN QUE SE REALIZA CON PLACER), MENOS DESEABLE QUE SUSTITUIR SU REMUNERACIÓN (QUE ES SU ÚNICO ASPECTO POSITIVO) POR REMUNERACIÓN DEL CAPITAL. EL TRABAJO, EN GENERAL, NO PUEDE SER CONSIDERADO UN BIEN SOCIAL.

7. Una anomalía histórica: la naturalización del trabajo asalariado Anteriormente hemos analizado los tipos de trabajo (forzado o voluntario) según el grado de satisfacción que el trabajo en sí mismo produce al trabajador. Es posible otra clasificación del trabajo si nos atenemos a la relación entre el trabajador y el capital (medios de producción) sobre el que se realiza el trabajo. 1) Por cuenta propia – es el trabajo realizado sobe medios de producción propios; por ejemplo, el pequeño propietario agrícola que cultiva una parcela que le pertenece.

2) Por cuenta ajena – es el trabajo realizado sobe medios de producción propiedad de otra persona. En esta modalidad, ocurre normalmente que el dueño del capital, y no el trabajador, decide todos los aspectos del trabajo, produciéndose lo que el análisis marxista llama “alienación”. El trabajo por cuenta ajena se puede clasificar, a su vez, en: • Trabajo en régimen de servidumbre o esclavitud – el trabajador carece de libertad jurídica para deshacer unilateralmente el vínculo que lo une a los medios de producción o al dueño de estos. • Trabajo asalariado – el trabajador posee libertad jurídica para deshacer el vínculo mencionado, que recibe el nombre de “contrato laboral”. Se divide, a su vez, en dos subtipos: a. Trabajo asalariado para el estado – existen criterios objetivos que determinan la creación y la cancelación del contrato. b. Trabajo asalariado para agentes privados – no existen criterios objetivos para la creación y la cancelación del contrato, estando el trabajador sujeto, a tales respectos, a la arbitrariedad del dueño del capital. Las distintas formas de trabajo por cuenta ajena han existido desde el periodo neolítico, cuando empieza a registrarse la acumulación del capital en manos públicas o privadas, y también desde entonces ha habido una conciencia más o menos clara de la alienación que comportan. El trabajador asalariado está obligado a agradar a su empleador en múltiples aspectos; por ejemplo: la manifestación de ideas políticas contrarias a las del empleador puede ser causa de que este no sea contratado o de que sea despedido, sin que eso comporte delito alguno. (Esta alienación se ve notablemente aminorada cuando el empleador es el estado, en cuyo caso, habitualmente, se implantan criterios y métodos objetivos para la creación y cesación del vínculo laboral.) El hombre que se ve obligado a trabajar en régimen de alienación se halla en un estado político impuro, pues está sujeto a una doble ley: por un lado, la ley pública general, por otro, la que arbitrariamente, y sin recurso de amparo alguno, le impone el empleador. Si consideramos, por ejemplo, un sistema democrático o semidemocrático asambleario o parlamentario, los hombres verdaderamente libres sentirán recelo ante el hecho de que los trabajadores por cuenta ajena posean voto en la asamblea, ya que lo más seguro es que su decisión no esté dictada únicamente por consideraciones de interés público, sino que se vea influida, bajo chantaje más o menos explícito, por la ley privada impuesta por su empleador. De ahí que la mayoría de los sistemas políticos se hayan inclinado por no reconocer plenos derechos civiles, no ya a los siervos y esclavos, sino siquiera a los asalariados “libres” (el entrecomillado se hace, como vemos, indispensable). Así, en las sociedades esclavistas de la antigüedad, o las europeas de la Edad Media, cuyas dinámicas sociales nos son bien conocidas, la tendencia constante (punteada por distintos altibajos que no la desmienten) haya sido, de hecho, la pérdida total de derechos civiles por parte de los trabajadores asalariados, es decir, la conversión de dichos trabajadores en siervos o esclavos. También en línea con estos principios, en la etapa moderna, el abandono del absolutismo monárquico y el progresivo establecimiento de los regímenes liberales parlamentarios en el continente europeo y en Norteamérica dio lugar, en una primera etapa, a constituciones que solo permitían el voto a los propietarios. El sufragio universal es una novedad relativamente reciente.

El surgimiento del paradigma liberal, capitalista y parlamentario occidental exhibe, por tanto, una característica que, vista con perspectiva histórica, solo puede ser calificada de extraordinariamente anómala: se ha decidido otorgar plenos derechos civiles y participación política a individuos que, sin embargo, no están sujetos únicamente a la ley pública, sino que deben someterse, además, y en ocasiones preferentemente, a una ley privada. Y se ha admitido esto, además, de manera masiva: el trabajo asalariado es, actualmente, con mucha diferencia, la principal modalidad de trabajo. No existe apenas un debate público sobre una cuestión de tal gravedad, que ha sido “naturalizada”, es decir, el hecho se admite como algo tan escasamente digno de controversia como la existencia de ciertos factores naturales que condicionan la existencia humana. ¿Cómo ha sido posible llegar a esta situación, que en toda época anterior habría sido considerada aberrante? ¿Cómo puede concederse voz y voto en el foro político a quien está incapacitado para servir a la república con voluntad libre, puesto que se debe a otro señor? Y, ¿cómo se puede llamar “liberal” un sistema que no opone objeciones a dicha doble sujeción? LA TEORÍA POLÍTICA LIBERAL-CAPITALISTA MODERNA NO HA ABORDADO SATISFACTORIAMENTE LA SERIA CONTRADICCIÓN QUE SUPONE LA EXISTENCIA DEL TRABAJO ASALARIADO, COMO SÍ LO HA HECHO EL PENSAMIENTO MARXISTA, AL DAR UN VALOR CENTRAL AL CONCEPTO DE ALIENACIÓN.

8. ¿A qué puede deberse la disminución de la parte del trabajo en la renta nacional? Desde un punto de vista izquierdista, es posible reaccionar con escándalo ante este fenómeno. ¿Cómo es posible, si no por alguna forma de coacción ejercida por los dueños del capital, que se pague cada vez menos a los trabajadores por su contribución al producto nacional? Si bien es indudable que el desempleo favorece el poder negociador de las empresas en relación a los salarios, lo que puede dar lugar a un aumento de lo que, en términos marxistas, llamaríamos la “tasa de explotación” del trabajador, no se puede ignorar un hecho fundamental: el tiempo trabajado disminuye sin cesar. La disminución del tiempo trabajado tiene dos contribuciones: 1) Medida por la economía ortodoxa: estudiantes de larga duración, parados, prejubilados, pensionistas, “minijobs” alemanes, contratos a tiempo parcial, “zero-hour contracts” británicos, excluidos perpetuos del sistema (muy común en EE.UU.), etc. 2) No medida por la economía ortodoxa: trabajo dedicado a actividades absurdas, que no generan ningún beneficio social (lo que David Graeber {D.E.P.} llamó “bullshit jobs”). El factor 2 es la principal causa de la incorrecta medición de la productividad (que, según la economía ortodoxa, está estancada (¡¡¡¡!!!!!)) y del PIB/PNB (crecimiento inflado en las últimas décadas). https://www.reuters.com/article/us-economy-competitiveness-idUSKBN1WN2IN https://www.jstor.org/stable/249380

9. No son los robots, ni la inteligencia artificial

Cuando en los medios de comunicación se habla de los factores de la producción que dan lugar a aumentos de la productividad, es habitual que se mencionen adelantos tecnológicos fascinantes como los robots y la llamada “inteligencia artificial” (IA). Por ejemplo, un libro -bastante recomendable- escrito por Martin Ford y que aborda este tema se titula “The rise of robots” (2015). Probablemente este título se deba a una sugerencia del editor para vender más copias. Lo cierto es que la robotización, que sin duda se ha desarrollado bastante en el ámbito de la producción industrial a gran escala, es anecdótica en el sector de los servicios. En el sector agrario presenta escasa importancia con relación a formas de mecanización más convencionales. En cuanto a la IA, se trata de un término muy vago que se confunde fácilmente con desarrollos de raíz más convencional registrados en el ámbito de la computación. No. Sin descartar que, en un futuro próximo, los robots y la IA puedan experimentar un avance explosivo que impulse la productividad hacia cotas aún más altas, lo cierto es que los aumentos espectaculares de este indicador a lo largo de las cuatro décadas pasadas se deben a otros factores, que se pueden resumir en dos, a saber: 1) Generalización y perfeccionamiento de tecnología relativamente antigua: aumento de la potencia de computación, comunicaciones inalámbricas, reducción del tamaño de los componentes digitales, métodos avanzados de gestión de los datos y del software, etc. 2) Aumento del llamado “capital humano”: mayor formación, mejoras “culturales” (que afectan a la organización empresarial), asunción generalizada a nivel global de la mentalidad productivista occidental, etc.

10. El experimento mental de la “máquina omniproductora" Imaginemos un pequeño planeta habitado por 100 seres parecidos a nosotros, en el que la concentración del capital ha desembocado en la existencia de una máquina que pertenece a 10 individuos, enchufada a los recursos naturales necesarios (los cuales pertenecen también a esos 10 individuos) y que produce TODO lo que la población puede desear. La máquina (= capital) requiere, para su funcionamiento, una cierta cantidad de mano de obra que es aportada por los 90 individuos que no poseen capital -y, por tanto, no poseen rentas del capital-. A modo de salario, los trabajadores obtienen la parte de los bienes producidos por la máquina (comida, ropa, calefacción, educación, sanidad, servicios de ocio) que necesitan y desean. Los 10 dueños del capital obtienen la parte restante de los bienes producidos en forma de beneficio. (Puesto que la producción está ajustada a la suma de los bienes deseados, esta parte restante nunca es demasiado pequeña: corresponde exactamente a lo que los 10 dueños del capital desean obtener.) Este estado de cosas se puede representar gráficamente de la siguiente forma.

La situación del pequeño planeta es paradisíaca. Todos tienen lo que desean. La pobreza no existe. Si suponemos que, por la naturaleza amena del trabajo, o por el temperamento de los 90 individuos no dueños de capital, el trabajo ni siquiera es de tipo forzado, sino que se realiza con agrado, ni siquiera sentirán indignación o envidia porque los capitalistas estén exentos de trabajar. Supongamos ahora que ocurre un hecho que altera la situación descrita. Alguien inventa una nueva máquina idéntica a la anterior, salvo porque es AUTOMÁTICA: no requiere aportación alguna de trabajo. Esta modificación desencadena un cataclismo, caracterizado por los hechos siguientes: 1) Los dueños del capital rescinden el contrato de los 90 trabajadores, que ya no son necesarios. 2) Privados de su remuneración, estos 90 trabajadores quedan condenados a la pobreza extrema. 3) Los 10 capitalistas reducen la actividad de la máquina a 1/10 de la original, pues no necesitan más para cubrir sus deseos. La siguiente figura representa la nueva situación.

Expresada en términos macroeconómicos: 1) La productividad es infinita (pues el número de horas trabajadas es cero). 2) El desempleo es del 100%. 3) Existe un 90% de la población en pobreza extrema. 4) La renta nacional o PNB se ha reducido a un 10% de su valor original. A pesar de la pobreza extrema en que se encuentra el 90% de la población, es muy fácil añadir a esta situación algún pequeño rasgo que la convierte en lo que los economistas llaman un “óptimo de Pareto”. En efecto, supongamos que la máquina, al funcionar, emite un tenue ruido que molesta ligeramente a quienes se encuentran cerca. Con este supuesto, es imposible mejorar la situación de los 90 desposeídos, poniendo la máquina de nuevo a funcionar al 100% de su capacidad, sin empeorar la situación de otros (los 10 capitalistas que deben soportar el ruido más tiempo). Este experimento mental nos ayuda a entender cualitativamente el escenario al que, aparentemente, se aproxima el mundo desarrollado; un escenario caracterizado por: • Aumento de la productividad (real) • Disminución de las horas trabajadas • Disminución de los salarios (sobre todo si se calculan netos de sus términos negativos) • Estancamiento o disminución de la producción total (sobre todo si se calcula neta de la parte “bullshit”)

El experimento mental de la máquina omniproductora demuestra que los avances tecnológicos pueden dar lugar a consecuencias desastrosas si no cambiamos de paradigma económico, es decir,

de principios para dar respuesta a las tres preguntas que, según Samuelson, determinan todo sistema económico:

1) ¿Qué se produce?

2) ¿Cómo se produce?

3) ¿Quién consume lo que se produce?

¿POR QUÉ NOS NEGAMOS A ADMITIR LA POSIBILIDAD DE QUE EL FUNCIONAMIENTO APARENTEMENTE CONTRADICTORIO Y PROFUNDAMENTE INSATISFACTORIO DE LA ECONOMÍA A PARTIR DE LA DÉCADA DE 1980 PUEDA DEBERSE, SENCILLAMENTE, AL ESPECTACULAR AUMENTO DE LA PRODUCTIVIDAD REGISTRADO DENTRO DE UN PARADIGMA QUE NO ESTAMOS DISPUESTOS A RECONSIDERAR?

11. Remedios a la “catástrofe” originada por el aumento de la productividad Desde que existe la humanidad, sus miembros se las han ingeniado sin descanso para conseguir aumentos de la productividad. Desde las hachas de sílex hasta las computadoras, pasando por la rueda, la noria y la máquina de vapor, todo el desarrollo tecnológico tiene como objetivo conseguir el mismo producto a cambio de un menor esfuerzo. Enfrentados a la parábola de la máquina omniproductora, la razón nos compele poderosamente a concluir que lo que está mal en el pequeño planeta, lo que hay que cambiar, no es el avance tecnológico que ha automatizado completamente la producción, sino un paradigma socioeconómico que permite a los capitalistas gestionar la máquina y su producción únicamente con criterios locales, es decir, sin tener en cuenta el sistema social en su conjunto. Resulta evidente que, de una forma u otra, la máquina debe ser socializada, de manera que: 1) Se aumente de nuevo su producción hasta el 100% de la capacidad. 2) Se entregue a los no dueños de capital el 90% del producto. Existen, no obstante, diferentes maneras de conseguir lo anterior, unas más directas que otras. En esencia, se dispone de las siguientes alternativas. A. Con propiedad privada: A.1 El ‘potlatch’. Los capitalistas cambian su mentalidad “do ut des” por una mentalidad de generosidad al estilo “potlatch”, que los conduce a poner la máquina de nuevo a funcionar al 100% de su capacidad y regalar a los no dueños de capital el 90% de la producción. (Además, se promueve un nuevo avance tecnológico para eliminar el ruido, ligeramente molesto, que la máquina produce al funcionar. De esta manera, nadie puede afirmar que esta solución le perjudica.) A.2 Redistribución de renta mediante la creación de una renta básica universal. El estado exige a los capitalistas (impuesto) que le entreguen una parte de la producción, la cual se redistribuye después entre los desposeídos.

A.3 Redistribución de renta mediante “bullshit jobs”. Se crean 90 puestos de trabajo ficticios, innecesarios, con el único objetivo de justificar el pago de salarios. Estos puestos de trabajo pueden ser tales como: economistas, técnicos y creativos de publicidad y márquetin, auditores de cumplimiento con la agenda 2030, animadores culturales, servicios jurídicos para atender demandas de índole laboral, o las causadas por el tenue ruido emitido por la máquina, departamentos de “comunicación”, “relaciones institucionales”, “responsabilidad social corporativa”, “calidad y medioambiente”, etc., fomento de la discriminación positiva y lucha contra la “brecha de género”, asesoramiento en la carrera profesional, coaching, prevención de riesgos laborales, vigilancia del estrés laboral y síndrome de burn-out, innovación en big data, cloud/edge computing y orchestration, etc., etc., etc. La lista es muy larga y no hace falta mirar lejos para encontrar innumerables ejemplos. A.4 Redistribución del capital. Los desposeídos expropian la máquina y redistribuyen equitativamente su propiedad. A partir de entonces, cada individuo posee privadamente una participación de la propiedad de la máquina y la correspondiente cuota de los bienes producidos (al modo de una sociedad por acciones). A.5 Sociedad de pequeños propietarios. Se trata de una variante de la solución anterior que consiste en la división física de la máquina en 100 máquinas más pequeñas, cada una con 1/100 de la capacidad de la máquina original. Cada individuo sería dueño de una de estas nuevas máquinas. Esta alternativa no se puede elegir sin considerar las posibles pérdidas de economía de escala al fragmentar la producción, que podrían causar que la productividad regrese a un valor finito. B. Sin propiedad privada: B.1 Colectivización marxista. Los desposeídos toman control del estado, el cual expropia la máquina y decide su tasa de funcionamiento y la distribución de la producción. B.2 Colectivización anarquista (bakuninista). No hay estado. Los desposeídos expropian la máquina y la explotan de forma comunal. Aunque existen, cuando menos, las siete opciones anteriores, el pensamiento político y económico dominante solo está dispuesto a considerar dos de ellas, a saber, la redistribución de renta basada en “bullshit jobs” y la que recurre a una RBU (renta básica universal). La vía de los “bullshit jobs” es, de hecho, la actualmente instituida para evitar un cataclismo sociopolítico. (Ni los economistas ni los políticos ni, en general, los portavoces de las elites globales admiten este diagnóstico, pero esto no es algo que nos deba preocupar si lo que buscamos es la verdad.) Esta vía es eficaz, en tanto que permite contener la caída del empleo y de la producción/renta. En efecto, muchos países (no es el caso de España, por desgracia) han conseguido tasas de desempleo muy bajas y un aumento sostenido, aunque pequeño, del PIB/PNB. Como es lógico, los “expertos” señalan alarmados el “inexplicable” estancamiento de la productividad que se observa en estos países más afortunados. En el siguiente apartado analizamos la RBU, con sus pros y contras.

12. Por qué la RBU no es una buena idea La vía de la RBU tiene una larga tradición, aunque a muchos les parezca novedosa o, incluso, revolucionaria. En todos los países avanzados existen distintas formas de subsidios (entre los cuales se encuentra, naturalmente, la prestación por desempleo) de los que muchos individuos se benefician a cambio de no hacer nada. Sin embargo, estos subsidios suelen estar limitados en el tiempo o ser demasiado escasos para permitir una vida alejada de la pobreza. Ya en los años 70, Milton Friedman abogó por una RBU y el tema es hoy recurrente en foros de personas influyentes, como el de Davos. Sin embargo, es muy fácil demostrar que la RBU sufragada con impuestos a los productores no puede funcionar bien. En efecto, los productores, como dueños de la máquina, son libres de decidir su tasa de actividad al margen de todo control estatal (de lo contrario, nos encontraríamos ante una colectivización de facto de la máquina, es decir, la alternativa marxista). Si la máquina se mantiene al 100% de su capacidad, el estado tendrá que confiscar en forma de impuesto el 90% de la producción. Un impuesto del 90% no parece algo que los capitalistas (en el supuesto de que mantengan una mentalidad “do ut des”) estén dispuestos a aceptar con los brazos cruzados. Más bien, cabe esperar que reaccionen, ya sea promoviendo otro gobierno que establezca impuestos más bajos, o disminuyendo la tasa de actividad de la máquina, de manera que ahora el 90% confiscado no llegará a cubrir las necesidades de los 90 desposeídos. (Si el sistema es democrático, la disminución de la actividad puede usarse como obvio medio de chantaje para forzar que los desposeídos dejen de votar a gobiernos partidarios de impuestos altos.)

13. ¿Qué ocurre en situaciones intermedias? El experimento mental de la máquina omniproductora ilustra lo sencillo que es construir un contraejemplo de la pretendida (por los economistas) compatibilidad entre pleno empleo y productividad creciente. Es obvio que su potencia explicativa reside en la exageración, pues, al postular una realidad límite, muestra consecuencias que también son límite y, con ello, impactantes. Ahora bien, una vez extraídas de esta parábola sus enseñanzas, debemos preguntarnos qué ocurrirá cuando la realidad social se encuentre en puntos intermedios entre un caso "ideal" (pleno empleo por estar la demanda perfectamente ajustada a la productividad, o viceversa) y el caso extremo de la máquina omniproductora. Pues es precisamente en uno de esos puntos intermedios donde nos encontramos: aunque se registra un desempleo estructural, la productividad no es infinita; en (casi) todos los sectores productivos, el insumo-trabajo es imprescindible en mayor o menor cantidad. Un análisis de las siete soluciones propuestas para el problema de la máquina omniproductora permite inferir que todas ellas son aplicables en situaciones intermedias, si bien no es necesaria una aplicación extrema. Por ejemplo, si los desposeídos resuelven apoderarse de la máquina, no es necesario que la expropien por completo (o en un 90% como deberían hacer, de hecho, en nuestro experimento). Puede ser suficiente un porcentaje de expropiación mucho más modesto (como, por ejemplo, un 15%) para compensar con rentas del capital las rentas perdidas por la devaluación del trabajo. En este punto, se impone notar de qué manera los estados de los países occidentales, durante las cuatro últimas décadas, han actuado precisamente en el sentido opuesto al que parece correcto: privatizando la parte de la máquina (empresas estatales) que les pertenecía.

Algunas de las soluciones propuestas presentan, en un caso intermedio, inconvenientes que no aparecían en el caso extremo. Esto sucede con la RBU, que, una vez instituida, puede dar lugar a la división de la sociedad entre dos grupos bien diferenciados: los que seguirán teniendo un trabajo "normal", de 40 horas semanales, y aquellos que se decantarán (ya sea por sus gustos o por tener inferiores capacidades) por vivir de manera más modesta, con la RBU como único ingreso. Una vez establecidos en esa situación, abandonarla será para ellos cada vez más difícil, pues su valor en el mercado laboral será -como sucede ahora con los parados- inversamente proporcional al tiempo que lleven sin trabajar. Esto significa que la decisión de vivir de la RBU tendría un indeseable carácter de irreversible. Presumiblemente, los inactivos perceptores de la RBU acabarían convirtiéndose en una clase de excluidos, individuos desconectados de la realidad social, apartados del escenario económico y político en el que la sociedad se juega su presente y su futuro, tolerados y mantenidos por la comunidad, pero despreciados. Esta es una potencial faceta negativa de la RBU que debemos añadir a la expuesta en el apartado anterior.

14. ¿Es bueno reducir la jornada laboral? Por motivos obvios, entre las posibles soluciones al problema planteado por la máquina omniproductora, no se ha mencionado la reducción legal del número de horas trabajadas por cada trabajador. En efecto, la máquina omniproductora reduce a cero la necesidad de trabajo, y no puede reducirse lo que ya es nulo. En un caso intermedio, dicha nulidad no se produce, por lo que procede tener en cuenta esta solución. La reducción de la jornada laboral debe hacerse por ley y su cumplimiento debe ser vigilado por el estado, lo que confiere un carácter coercitivo indeseable (¿por qué no permitir que alguien trabaje 40 o 70 horas semanales, si así lo desea?). A este inconveniente se suma la dificultad en asegurar su cumplimiento. Ya actualmente, como sabemos, la jornada legal es incumplida en numerosas ocasiones. Las empresas optan a veces por contratar trabajo a tiempo parcial, sin que nadie las obligue a ello. Ahora bien, esta modalidad no es elegida por las empresas más que para ciertos tipos de producción, que se realizan necesariamente a pequeña escala o que exigen un trabajo poco cualificado. En otras circunstancias, prefieren contratar a tiempo completo, pues así consiguen mayor productividad. Esto es así porque la incorporación del trabajador al proceso productivo exige costes fijos por las dos partes: formación, equipamiento, desplazamientos, etc. Además, existe una mayor integración del trabajador en el proceso productivo cuanto mayor es el tiempo que pasa en el trabajo. (Supongamos, por ejemplo, que, en un proyecto complejo, los trabajadores de la mañana son sustituidos, en mitad del día, por otros distintos que trabajan por la tarde. Se necesita un tiempo considerable para que los primeros transfieran a los segundos la información de estado que permita a los segundos continuar la producción eficientemente.) La menor productividad, propia de las jornadas reducidas, que acabamos de exponer, supone de inmediato una menor rentabilidad del proceso productivo. Es un hecho bien conocido que, en un mundo globalizado, poner barreras a la rentabilidad de las empresas determina que estas trasladen el trabajo allí donde no encuentren dichas barreras (“deslocalización”). Se sigue de lo anterior que la imposición de una jornada laboral reducida solo tiene sentido si todos los países la aplican al mismo tiempo en su legislación. En otro caso, será necesario implantar algún tipo de proteccionismo, es decir, un aislamiento económico respecto de los países que se nieguen a modificar su legislación laboral. Dicho aislamiento se sustancia fundamentalmente en barreras a la deslocalización y a las importaciones de bienes producidos en aquellos países.

15. Conclusiones En este ensayo hemos visto cómo el aumento de la productividad puede desembocar en escenarios distópicos, ante los que la humanidad debería buscar la mejor solución racionalmente, dejando atrás los prejuicios y estereotipos vinculados al concepto “moderno” (calvinista-capitalista) del trabajo. La solución actual más generalizada, basada en la proliferación de los “bullshit jobs”, no es una verdadera solución, pues evita el crecimiento del desempleo, pero no contribuye al bienestar de las personas. Hemos demostrado que los métodos de redistribución de renta (del tipo de una RBU) presentan graves inconvenientes. La reducción de la jornada laboral muestra un carácter coercitivo indeseable y, además, solo se puede aplicar bajo un régimen estrictamente proteccionista. La socialización de los medios de producción mediante un socialismo estatal de corte soviético tampoco parece deseable, debido a la condición despótica que el estado tiende a adquirir. A la luz de lo anterior, se impone como preferible la vía de la redistribución del capital (que no de la renta) en el contexto de un sistema liberal, combinada quizá con una progresiva reducción de la jornada laboral en régimen proteccionista. Esta vía no solo evita la catástrofe del desempleo masivo, sino que también permite superar la anomalía histórica, profundamente contraria a los valores liberales, que supone la existencia de la clase asalariada.



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